No dejes de besarme por culpa de Tchaikovsky by Chris de Wit

No dejes de besarme por culpa de Tchaikovsky by Chris de Wit

autor:Chris de Wit [de Wit, Chris]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico, Humor, Erótico
editor: ePubLibre
publicado: 2022-08-11T00:00:00+00:00


Capítulo 15

Al oírlo llamarla por su nombre, Maxine cerró la tapa y se quedó sin palabras. ¡Federico conocía su identidad!

Tragó en seco al imaginar desde cuándo, pero no tuvo oportunidad de preguntárselo, ya que la alarma había puesto en acción a Federico, quien se daba la vuelta y salía corriendo hacia la puerta de entrada con el teléfono en la oreja. Antes de verlo desaparecer, oyó que ordenaba a la persona con la que hablaba alistar a sus hombres.

Maxine se precipitó hacia su cartera y, aunque sabía que llevaba el rastreador, estaba tan nerviosa que necesitaba verificar si los chicos conocían su paradero. Sacando el móvil de su interior, tecleó el primer número que le salió en la pantalla.

—¡Dime que estás bien! —oyó decirle a Alex.

—Lo estoy. El as de corazones está aquí y Federico ha descubierto quién soy.

—Joder, Max.

—Me encuentro en Misiones, en las cataratas.

—Lo sé. Estamos aquí.

—A Dios gracias… ¡Ha estallado la alarma y Federico ha convocado a sus hombres!

—No tenemos más tiempo. ¡Escóndete de ese tipo!

—Alex…

No pudo decir más, pues su amiga le había cortado. Bramó de la rabia y del miedo porque sus amigos no saliesen bien parados de esa situación, pero se obligó a pensar en la caja, máxime que Federico había desaparecido y no estaba segura del tiempo que le quedaba hasta que él regresase a por ella. Cuando iba a ponerse en movimiento, sintió una rara vibración en las paredes, así como el ruido de algo que se deslizaba en el exterior.

—¡Qué diablos! —alcanzó a decir antes de agrandar los ojos al ver a través de las ventanas cómo unas rejas se asomaban desde el suelo y se elevaban hasta constituir una especie de caparazón para proteger la casa. Cuando estiraba el cuello para ver qué ocurría del otro lado, la visión ante sus ojos desapareció y, en su lugar, una placa de metal cubría la ventana. Miró hacia el costado, y se dio cuenta de que, en un segundo, todos los ventanales habían sido herméticamente sellados por placas similares—. ¿Y esto?

Horrorizada por cómo la casa, de repente, se había convertido en una cárcel, oyó el estallido de una ristra de disparos provenientes del exterior que impactaban unos con otros.

—Dios, por favor, protege a los chicos —rezó en voz baja, justo cuando Federico apareció ante ella con una mirada tan furiosa que supo que había llegado su hora.

Maxine corrió hacia una terraza ubicada en la parte posterior de la casa, la cual, no sabía por qué, se encontraba sin sellar. Aceleró el paso, con Federico que le pisaba los talones. No obstante, al arribar a las barandas, se dio cuenta de por qué aquel lugar se encontraba abierto: desembocaba en una pronunciada ladera, cubierta de vegetación, cuyo escarpado ángulo hacía difícil a cualquier intruso abordar la casa desde ahí.

—No puedes escapar —advirtió Federico a su espalda.

Maxine giró sobre sus talones y lo enfrentó. En medio de un nuevo tiroteo, que le estrujó el alma, se obligó a continuar con el papel de idiota que no sabía nada, aun cuando todo apuntaba a que ya no le serviría.



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